Resumen
Lector. La Ley 8/1999, de 6 de abril, de reforma de la Ley de Propiedad Horizontal de 1960, ha significado una renovación más profunda de lo que en un principio se proyectó.
La reforma se inició con una obsesión fija, la morosidad. Los veintiocho mil millones de pesetas de deuda de vecinos morosos a que se alude en la exposición de motivos de la proposición inicial de la Ley. Lo demás, aparentemente, eran simples retoques con la finalidad de obtener una mayor precisión en otras materias reguladas por la Ley de 1960, de un modo más genérico.
Sin embargo, el examen detallado del texto legal promulgado mostró que la reforma tenía una mayor amplitud y trascendencia.
Por ello, la publicación de una nueva edición de esta obra no podía limitarse a una simple adaptación, por profunda que fuera, del texto anterior, sino que precisaba una total revisión. Realmente una redacción «ex novo».
Y esto es lo que hemos acometido en esta llamada sexta edición. Hemos querido, eso sí, conservar el espíritu pretendido por el autor de la primera edición, mi padre, es decir, hacer una obra práctica, donde se encuentren orientaciones para resolver los mil problemas cotidianos que la propiedad horizontal origina en su obligada convivencia.
La obra se edita transcurrido algo más de un año desde la publicación de la Ley de reforma y ello, no por pereza del autor o falta de diligencia, sino conscientemente.
La Ley de reforma, repetimos, modificó sustancialmente muchos aspectos de la antigua Ley de 1960, en materias que afectan a la práctica diaria de la convivencia en régimen de propiedad horizontal. Su publicación nos suscitó dudas sobre la acomodación en la rutina cotidiana de esas modificaciones. Las leyes, y más en materia de propiedad horizontal, no son formulas mágicas o conjuros, cuya simple declaración produzca el efecto deseado, sino normas de convivencia que deben adaptarse a la realidad día a día a fin de tutelar la pacífica coexistencia entre persona
