Resumen
Todavía hace muy poco tiempo, con esa nueva escala temporal de los últimos años, se afirmaba en medios económicos y financieros que, en España, la reticencia al uso de las tarjetas en distintos sectores sociales era significativa. Recientemente en las revistas especializadas del sector se ha publicado que las tarjetas han sido el producto estrella de 2004. Y ello en un momento en que, de nuevo, transitamos en un continuo cambio hacia un concepto más inmaterial de la tarjeta, siempre al hilo de la evolución igualmente vertiginosa de tecnología e informática. Su utilización en operaciones en Internet, su parcial sustitución en ese marco por el dinero digital, el avance hacia la utilización de un proceso o procedimiento desprovisto de la necesidad del plástico sigue abriendo horizontes e interrogantes.
Las tarjetas son hoy, en sí mismas, valor añadido en los servicios, mecanismo de fidelización de la clientela que se ve favorecida por ciertas ventajas o descuentos por su titularidad de tarjetas gremiales; facilitan y agilizan las relaciones con las entidades financieras en operaciones habituales de ventanilla; y, como no, en cualquier caso, como medio de pago ayudan a los consumidores a sus operaciones sin necesidad de contar con grandes cantidades de efectivo, planificando o no sus compras en virtud de la existencia o no de crédito vinculado a las mismas.